lunes, 28 de noviembre de 2011

LÁGRIMAS EN LA LLUVIA




Javier Cueva  ha muerto. Ha muerto de un derrame cerebral. Tenía 50 años, mujer, madre, hermanas y el deseo de unos hijos. Hijos que la naturaleza  le negó y que  ya nunca tendrá. Javi es el primer amigo que se me muere. Duele...

Los veo de lejos, mientras entro con el coche al tanatorio. Allí están en corro: Begoña, Monchu, Pablo Santiso, Valdés, Viti,  Montse, Yoli.... Me siento pequeña, quiero ser pequeña...“Al corro de la patata, comeremos ensalada, como comen los señores, patatitas y limones”.
Otro nudo más en el estómago. Aparco el coche. Allí están, como una manada de elefantes que ha perdido a su matriarca en plena sabana, sin rumbo. Como pesa el alma. Valdés me abraza, lloramos.

_¿Quieres verlo, Almu?

_No.

 Se abren las puertas de la memoria, puertas que los sentimientos cierran y abren a su antojo. Oh, dios mio...No quiero recordar, hoy no. Llegan Eugenio e Inés. Monchu se emociona al verlos. Pienso en lo  delicioso que resulta cuando se quita el vestido de bufón y es él. Lleno de buenos sentimientos, emociones, de tristeza fermentada por el paso de los años. Soy yo quien abre el turno de preguntas. Él contesta y también pregunta, mientras los demás escuchan. Lo veo bien, me gusta verlo así.

Valdés recuerda aquel curso de 1993, el mismo  curso de mi ingreso en Protección Civil. Las noches de sidras y parrochas bajo  los Arcos del Campillín, y en ese momento como acudiendo a la llamada de la manada,  llegan Geli y Pedro.

Geli tiene los ojos vidriosos. En Enero murió su madre, acabo de enterarme... Geli, muchas veces desee ser como ella. Hoy, después de varios años sin verla, vuelvo a desearlo. Bella, dulce, digna...así es. Comienza el funeral, la cojo del brazo y bajamos juntas las escaleras. No me gusta el tanatorio, no me gusta ese descenso, no es un sitio para él.

_Almu, llevo todo el día pensando en ti...

_Y yo en ti, Geli.

_¿Te acuerdas de las tardes que pasamos en Purificación Tomás?


_Todavía guardo la carta de que me escribisteis por mi veinticinco aniversario.

_Me gustaría leerla Geli, no me acordaba.

No hay hueco en el banco para las dos. Me siento sóla. No veo la caja. En el primer banco está su mujer,  su madre,  sus hermanas...Pobrecitas. En ese momento recuerdo  la casa en  que creció, en la Avenida de Torrelavega, encima de la tienda de muebles.

De pronto, el suelo se abre  y como si se tratara de  un burdo truco de magia, aparece el ataúd. Sobre él un centro de flores blancas y un pequeño ramo de flores lila. ¡Ay...¡ Comienza la misa.

Quiero salir corriendo. No me gusta ese crucifijo, el agua bendita, esta parafernalia, la vehemencia del cura agonizante que teme que el próximo sea él. No contesto a las oraciones, el chico que está a mi lado tampoco. Eso me relaja. Y pienso en que lo está viendo, en que nos ve  mientras se celebra su funeral. Me da vergüenza tanta fealdad. Se merecía algo mejor. Que acabe.

El suelo se vuelve a abrir...se llevan al collaciu. Me duele mucho el estómago. La tierra se lo está tragando, las llamas del infierno esperan por él. Por primera vez pienso que el infierno existe. Que  locura.

Necesito respirar. En la calle está Pedro, fuma un cigarro. Está lloviendo.

_¿Me prometes que cuando me muera me traerás un par de gaiteros?

_Te lo prometo, Pedro.

_Con lo que a él le gustaba la gaita...

Aparecen los demás. Hace frio.

Bego está destrozada, quiere que el 17 de Diciembre hagamos la cena anual.

_El quería, tenía muchísima ilusión, había puesto la fecha, buscado el sitio.

_Está bien, Bego, la haremos.

_Podemos hacer una placa, y firmar todos en una bandera de Asturias, dice Monchu.

_¿Y si hacemos un funeral a la irlandesa?, dice Valdes.

_¿Toca alguien la gaita?, pregunto

_Creo que Jota, dice alguien.

Durante los siguientes minutos hablamos de si la familia esparcirá las cenizas en el monte, de cuando será, de donde, de si podríamos ir todos. Sí. Buenísima idea. Entramos a la cafetería. La ceremonia de las mesas y las sillas comienza. Monchu  se siente a mi lado, es tan gracioso, consigue una sonrisa de cada uno de nosotros. Falta mucha gente, no se habrán enterado, no habrán podido venir. Bego y Yoli hacen cuentas. Son diez euros por las flores.

_¿Se sabe algo ya de las cenizas?, pregunto. Silencio. Por fin Eugenio empieza a hablar.

_Bueno, si...las van a llevar a Somiedo, pero Pablo le preguntó a la familia y quieren que sea una ceremonia íntima...

_Valdés y yo nos miramos...

Más silencio.

Hace una semana que se fue. No he vuelto a hablar con nadie. No ha habido llamadas, correos. Hoy ha salido el sol , el mismo sol que él llevaba en el corazón y  el  cielo está azul, el  azul de su mirada. Y pienso en él y  deseo volver a verle, y hablar durante horas delante de una botella de sidra y unas parrochas...y pienso en estos últimos años, en por qué no lo hicimos, en el sms que le envié estas navidades y me alegro de haberlo hecho. Pienso en la gente que  me importa, que quiero, en la que no veo no sé muy bien por qué, y me arrepiento y me digo que  esto va cambiar, que voy a vivir como debería vivir, como si hoy fuera el último día.


(El título de este post es un homenaje a Rosa Montero y su libro del mismo nombre.)

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